La infancia de todas las cosas

 Es posible, y sí que lo es,que se olviden de cómo todo comienza, de la infancia de todas las cosas. Hay infancias que damos por hecho o que nadie nota o simplemente creemos son cosas que tienen que pasar por fuerza.

Hay infancias que nacen todos los días, todas las semanas, toda la vida. El amanecer,  los lunes, el desayuno,  el café,  el canto de los pájaros, los inicios de temporadas (las estaciones del año), el entusiasmo con que se gestan las ideas, los primeros recuerdos que explican tantas cosas, la esperanza ingenua de las primeras veces,  los instantes previos al abordar un avión,  un tren o encender el carro para emprender un viaje, el lugar donde nacen los exploradores del mundo. 

Todos esos comienzos los hacemos o vemos mecánicamente como robots, porque no hemos aprendido a apreciar esos instantes,  esas primeras veces; no sabemos que todo tiene una infancia, o mejor dicho, no tenemos conciencia de que todo, desde lo  más pequeño hasta lo más grande tiene un comienzo, pero si sabemos  que tiene un final, y por lo tanto nos urge saber como será, pero olvidamos que para llegar a ese final hay que nacer,  hay que ir a esa infancia y verla como lo que es, algo nunca antes visto; verla con asombro, porque nada nace dos veces y es eso lo maravilloso de la infancia de todas las cosas. 

La vida es quien nos regala la infancia de todas las cosas ; seamos pues agradecidos con la fortuna de poder apreciar detalles tan únicos que no se repetirán jamás,  seamos capaces de apreciar los comienzos sin querer forzar lo que pueda pasar.