Me gusta imaginar cosas que nunca han pasado pero que al verlas pasar por mi mente parecen tan reales; por ejemplo, tengo esta imagen de donde vivo, que tiene calles silenciosas y mucha área verde, imagino que es de noche, es como una escena la verdad, siempre esa escena es de noche. Observo como me veo de niña, como en época de octubre, ahí, simplemente contemplando lo que me rodea; se siente un aire fresco, es como si sólo yo habitara ese lugar, nunca sale nadie en escena y dura talvez unos cinco minutos,pero es todo el tiempo que necesito para apreciar el silencio, el lugar quieto y sobretodo para poder volver a imaginar algo que nunca ha sucedido.
Mi mente es como un jardín, con muchos pensamientos que van y vienen, que se plantan por aquí y por allá sin orden pero de manera que los puedo apreciar todos por separado. En éste jardín la quietud es un poco difícil de conseguir, los pensamientos van creando otros pensamientos fuera de ellos, es difícil no dejar de verlos pasar frente a mí, y me dejo llevar por la curiosidad por encima del miedo porque es posible que ciertos pensamientos traigan esa sensación; pero ¿qué podría ser peor?
Vamos de escenas a escenas, veo cores al meditar, llegan como el humo danzante. El verde siempre predomina, veo el azul, amarillo y rojo en un vaivén. Para mí los colores son importantes (todo es posible en éste jardín), me gusta que capten mi atención, me gusta imaginar con ellos sus movimientos, sus formas, su brillo y aspecto.
¡Pero qué jardín tan hermoso! Tiene tantos pensamientos en un solo lugar, como ir a una librería y ver todos los libros de todos los temas y que ninguno concuerde pero que todos forman parte de ella.
Todo ésto es un viaje que no acaba, empieza con una idea que se va desenredando, transformando y adoptando nuevas formas, yendo hacia lo desconocido y poder ver con nuevos ojos todo este proceso de crear, de florecer, de imaginar. Darme este tiempo para frenar y observar la vida (o mis pensamientos) y el ritmo que llevan a otras latitudes.
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